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sábado, 4 de enero de 2020

VIOLENCIA POLITICA CONTRA LAS MUJERES






















La obligaron a firmar un documento por el cual debería pagar de manera mensual 2.000 Bs., a favor de su suplente. Al no haberlo hecho, enfrenta un proceso judicial ejecutivo por cobro de un crédito que nunca le concedieron.
Con la mirada cabizbaja, y un profundo dolor que nace desde lo más profundo de su ser, Lidia, cuenta la odisea que le toca vivir por haber desplazado de la titularidad a un hombre.
Lidia Plata, es una mujer valiente que a sus 45 años se atrevió a candidatear y ganar una concejalía en el Municipio de Pucarani, Provincia Los Andes del departamento de La Paz.   Un esposo incomprensivo, e incluso la envidia de algunas concejales jóvenes, y la persecución política de la que es víctima todos estos años han logrado mermar la alegría de su rostro, mas no así su fuerza interior que la anima a seguir en la batalla.

Su odisea comenzó cuando gano las internas del partido político a la que pertenece, siendo elegida como candidata a Concejala Titular por el municipio de Pucarani. Había recibido el apoyo de varias organizaciones sociales, tales como Bartolina Sisa, las Centrales y Sub centrales y sindicatos agrarios de su sector; a su vez el ahora concejal suplente, también había recibido apoyo de las organizaciones de su sector; pero debido a la alternancia en los cargos  entre hombres y mujeres (establecida por el articulo 210 de la CPE) Lidia, fue elegida como candidata titular logrando ganar una concejalía en las pasadas elecciones sub-nacionales del pasado 29 de marzo de 2015.
Desde un inicio Juan C. (su suplente), le pidió que declinara la candidatura a su favor, ante la negativa de Lidia, comenzó a ejercer actos de intimidación y chantajes de diversa naturaleza. Es más, con la complicidad de algunos allegados días antes de las elecciones pretendió hacerla borrar de las listas de candidatos ante el OEP para en su lugar inscribir a una partidaria suya con quien había pactado el relevo.

Al no lograr su propósito, Juan C., con el apoyo de algunos malos dirigentes sindicales, el pasado 15 de mayo de 2015, en inmediaciones de la Ceja de El Alto, cuando Lidia, se disponía a retornar a su comunidad luego de haber recibido la credencial en dependencias del Órgano Electoral Plurinacional, fue obligada a firmar un documento privado por el cual se hacía figurar como si el suplente le hubiera otorgado un préstamo de Bs., 120.000, teniendo que pagar 2.000 Bs., cada mes, (el 50 % de su sueldo).  Inmediatamente ese documento fraudulento fue elevado ante notario de fe pública para su reconocimiento de firmas.

Lidia, debería entregar mensualmente 2.000 Bs., de su sueldo de Concejal a favor de su suplente, “si no firmas este documento tus hijos pueden prepararse para llorar a su mamá…”  fueron las palabras del agresor para lograr que la mujer accediera a su pedido.   Fueron días de angustia e impotencia, durante varios meses Lidia, calló lo ocurrido, tenía vergüenza y temor de contar que su agresor la había apretado fuertemente de sus pechos y la había amenazado con atentar contra la vida de sus parientes, para obligarla a firmar ese documento. Pero ahora que su suplente, le inicio un proceso ejecutivo pretendiendo cobrar los supuestos Bs. 120.000 que supuestamente le había prestado, tiene que sacar fuerzas de flaqueza para enfrentar el proceso judicial.

Desde hace dos años, Lidia, atraviesa una penosa travesía en procura de alcanzar justicia. Denuncio el hecho ante el Ministerio Publico por los delitos de  Acoso Político Contra Mujeres y Violencia Política Contra Mujeres contemplados en los  artículos 148 Bis. y artículo 148 ter., del Código Penal boliviano; pero ahí tropezó con otro gran problema, la burocracia y la corrupción del sistema judicial, aunque no pierde la esperanza de que las autoridades judiciales actúen con ética y en sujeción a la legalidad. Aunque, ahora recibe el apoyo de su familia, siente temor por lo que podría ocurrir más adelante, pues recibió amenazas del agresor.

“A veces me arrepiento de haber nacido mujer, tal vez si fuera hombre me tratarían mejor” “creen por ser mujer y campesina que no puedo hacerlo bien” dice con melancolía. Refiere que solo curso un par de años en la escuela y por eso incluso algunos de sus propios compañeros de partido creyeron que no era capaz de ocupar la vicepresidencia del Concejo, pero con esfuerzo demostró lo contrario.
El dolor la hizo más fuerte, levanta la mirada y agrega, que no se rendirá, “Hace rato hubiera renunciado, pero veo a otras mujeres campesinas como yo, que se aguantan los abusos del marido, de los hermanos, incluso de los propios padres que hacen diferencia entre hijos e hijas… eso debe cambiar» agrega.

Lidia, cuenta que  por ejemplo, en materia de distribución de la tierra, los hijos varones poseen mayor cantidad de tierras y la hija debe conformarse con el pedazo que le conceden de manera simbólica, porque dicen que la mujer ira a la casa del marido y esa práctica es muy común en las comunidades, la mujeres que osen en reclamar pueden llegar a ser  aborrecidas por la familia y la propia comunidad, “no quiero que eso continúe, también tenemos derecho a ser tratadas por igual y ocupar cargos importantes, quizás  no sea profesional, pero al menos trabajo con honestidad” agrega.

Esta es una de las tantas historias de mujeres que desafiaron el sistema y son víctimas del machismo y la intolerancia que continua vigente en muchos municipios rurales de Bolivia.
A pesar de la existencia de diversas normas que sancionan este tipo de conductas, sigue la errónea creencia de que el hombre debería ocupar cargos jerárquicos.  Lamentablemente, en las comunidades rurales y en parte de la población boliviana, continua latente el machismo obcecado.  Un tema pendiente sobre el cual se debe seguir trabajando.

Indudablemente, no se puede generalizar, y decir que todos los hombres del municipio de Los Andes, son machistas, no, de ninguna manera, son unos cuantos que no terminan de entender que es mejor avanzar juntos, que ninguno es superior o inferior por el simple hecho de ser hombre o mujer.
 por. Bosco Catari


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