Un viaje interesante…
Cansado estaba de tanto correr. Hace un cuarto de hora que venia persiguiendo minibuses, para mi infortunio, todos iban atestados de gente apresurada. Necesitaba llegar cuanto antes al trabajo.
Imaginaba a mi jefe echando maldiciones por mi tardanza. A lo lejos veo aparecer un minibús. Empiezo a correr, mientras un poco mas adelante, una señora intentaba aligerar los pasos arrastrando un bulto en una mano y en la otra un niño de unos 5 años, de seguro iban en pos del motorizado. Llegué lo más rápido que pude, pues tras mío venían otras personas. “Pérez, San Francisco, Camacho, Villa Fátima” anunciaba una mujer al acercarse el minibús, me interpuse en su camino a tiempo que hacia señas para que se detuviera, una mujer de pollera con gruesas trenzas abrió la puerta y me dijo – pase – me acomode como pude en el único asiento vacio que quedaba, iba partiendo el minibús cuando la mujer de la bolsa y el niño aparecieron afuera, y valiéndose de la misma estrategia que yo había usado, hizo detener el coche. El chofer preguntó – ¿Jacinta tienes?, - “estamos completos”, rezongo la mujer – “espalderita que suba” - insistió el chofer que supuse debía ser el esposo de Jacinta, ella protestó, tàj Mario tiene bulto y además está con wawa, “oiga no somos ganado, donde mas quiere meter”, chilló una mujer desde el fondo, - maestro apúrese pues- protesto otro, mientras el chofer insistía en llevar a la pasajera. Jacinta malhumorada abrió la puerta a tiempo que echaba una mirada furibunda hacia la gente que protestaba, y a estos no les quedó otra que bajar la mirada. –Ahisito llévame mamita, se apresuró en señalar la madre del niño, mientras intentaba subir al reducido espacio que quedaba tras el asiento del chofer. Las posibilidades de que ingresara eran realmente mínimas, más aun tratándose de alguien con sobrepeso como lo era aquella mujer. Empecé a desesperarme junto al resto de los pasajeros, llevaba varios minutos de retraso, mi jefe no me lo perdonaría, había que salir de aquel aprieto. Decidí bajarme para ceder mi asiento a la mujer, después de todo ellos había tenían mas esperando al minibús. La señora logró acomodarse con mucha dificultad en el diminuto asiento del minibús, le alcancé su pesada bolsa pesada que se lo puso sobre sus rodillas. Su hijo empezó a llorar desesperadamente, lo levante entre mis brazos y juntos nos acomodamos en la espalderita del chofer. El espacio era tan pequeño e incomodo que tuve que retorcer mi cuerpo como malabarista. Mi rostro recién afeitado era aplastado por el enorme bulto de la señora. Era eso o seguir esperando otro minibús, pero aquello a esa hora era como pedir que el sol salga de noche, ni modo, me dije, y así apretujados partimos rumbo a la Pérez Velasco de la ciudad de La Paz.
Imaginaba a mi jefe echando maldiciones por mi tardanza. A lo lejos veo aparecer un minibús. Empiezo a correr, mientras un poco mas adelante, una señora intentaba aligerar los pasos arrastrando un bulto en una mano y en la otra un niño de unos 5 años, de seguro iban en pos del motorizado. Llegué lo más rápido que pude, pues tras mío venían otras personas. “Pérez, San Francisco, Camacho, Villa Fátima” anunciaba una mujer al acercarse el minibús, me interpuse en su camino a tiempo que hacia señas para que se detuviera, una mujer de pollera con gruesas trenzas abrió la puerta y me dijo – pase – me acomode como pude en el único asiento vacio que quedaba, iba partiendo el minibús cuando la mujer de la bolsa y el niño aparecieron afuera, y valiéndose de la misma estrategia que yo había usado, hizo detener el coche. El chofer preguntó – ¿Jacinta tienes?, - “estamos completos”, rezongo la mujer – “espalderita que suba” - insistió el chofer que supuse debía ser el esposo de Jacinta, ella protestó, tàj Mario tiene bulto y además está con wawa, “oiga no somos ganado, donde mas quiere meter”, chilló una mujer desde el fondo, - maestro apúrese pues- protesto otro, mientras el chofer insistía en llevar a la pasajera. Jacinta malhumorada abrió la puerta a tiempo que echaba una mirada furibunda hacia la gente que protestaba, y a estos no les quedó otra que bajar la mirada. –Ahisito llévame mamita, se apresuró en señalar la madre del niño, mientras intentaba subir al reducido espacio que quedaba tras el asiento del chofer. Las posibilidades de que ingresara eran realmente mínimas, más aun tratándose de alguien con sobrepeso como lo era aquella mujer. Empecé a desesperarme junto al resto de los pasajeros, llevaba varios minutos de retraso, mi jefe no me lo perdonaría, había que salir de aquel aprieto. Decidí bajarme para ceder mi asiento a la mujer, después de todo ellos había tenían mas esperando al minibús. La señora logró acomodarse con mucha dificultad en el diminuto asiento del minibús, le alcancé su pesada bolsa pesada que se lo puso sobre sus rodillas. Su hijo empezó a llorar desesperadamente, lo levante entre mis brazos y juntos nos acomodamos en la espalderita del chofer. El espacio era tan pequeño e incomodo que tuve que retorcer mi cuerpo como malabarista. Mi rostro recién afeitado era aplastado por el enorme bulto de la señora. Era eso o seguir esperando otro minibús, pero aquello a esa hora era como pedir que el sol salga de noche, ni modo, me dije, y así apretujados partimos rumbo a la Pérez Velasco de la ciudad de La Paz.
Durante el trayecto tuve que soportar en numerosas ocasiones como el bulto y el cuerpo de la mujer corpulenta aplastaba mi frágil humanidad contra la espalderita del chofer. Sin embargo, desde aquella posición incomoda logré enterarme de algunas historias de los pasajeros.
La mujer y el niño llevaban rellenos a su puesto de “La San Francisco”. Renzo, hijito ahorita vamos llegar, no vas a dormir, le reclamaba la señora al pequeño, quien iba dormitando a mi costado. El minibús descendía a gran velocidad por la autopista como queriendo recompensar el tiempo perdido. Alcance a escuchar a dos hombres, hacer planes para emprender un negocio en el norte paceño, aparentemente el sueldo que percibían no era suficiente para asegurar un futuro digno. La incomodidad hizo que girara mi cuello al otro lado, entonces, escuche a unas colegialas quejarse de una de sus compañeras a la que tildaban de coqueta y ofrecida – es una “Dog” dijo una, “noo es una doga” afirmó la otra. ¿Dog, Doga?, eran términos que no conocía, eran acaso una clase de broma, conjeturaba en mi mente, en eso alcance a oír a una de ellas proponer un plan para vengarse de la insolente que había osado coquetear con su galán -very good- aprobó la otra a tiempo que reían maliciosamente, como no lo había imaginado antes, que ignorancia la mía, las chiquillas hablaban una mezcla de español y ingles… fue entonces que empecé a sentirme un arcaico al lado de las muchachas.
Nuevamente la incomodidad me obligo a girar la cabeza, esta vez no alcancé a oír el resto de los planes de los hombres emprendedores. Sin embargo, azuce mi oído para oír el diálogo del chofer con uno de los pasajeros, este último intentaba explicar al conductor la situación económica del país, pero cuanto más se esforzaba, más desentendido se hacia Mario ya que percibe que aumento el volumen de su reproductor de audio donde sonaba una música chicha. El “intelectual” habló de la teoría del libre mercado, de que cerca del 70% de la economía nacional dependía del mercado informal, no se si el chofer alcanzó a comprender lo que decía el erudito en economía, sólo me percaté que dio por finalizado el monólogo cuando con vos ronca preguntó - ¿alguien se queda en el puente?, Jacinta replicó ¿alguien se va quedar en el puente? - me quedo por favor- afirmaron al unisonó tres jóvenes desde el fondo. Uff al fin, dije, cuando se abrió la puerta, baje un tanto atontado por el olor de las axilas de la madre del niño. Estábamos a la altura del puente de la CBN, por fin logré sentarme en un asiento, y mientras miraba temeroso la hora, alcance a oír que Mario le decía en vos baja a Jacinta – el disco- la mujer sin cuestionamientos buscó tras el asiento del chofer unos letreros y luego de revisar varios números, y cual si fuera trapecista, se colgó del techo del minibús para cambiar el disco1. En eso, sin querer alcancé a observar las piernas bien torneadas de la chola, que procuraba cumplir su faena en el menor tiempo posible.
Conforme nos acercábamos a la Pérez los pasajeros se fueron quedando uno a uno, al llegar a la altura de la iglesia San Francisco sólo habíamos quedado la mujer de las tucumanas y yo, entonces la señora a los empellones obligo a su pequeño a descender del vehículo. Jacinta empezó a gritar “Prado, Universidad, 6 de Agosto, San Miguel, Calacoto”… ¿no iba para villa Fátima? Me pregunte. La voceadora al observar que yo no me movía del asiento, me amenazó sutilmente - joven va aumentar ¿no? –Voy acá cerca seño – replique, - no, no tiene que aumentar- rugió nuevamente, -pero- intentaba alegar, cuando Mario se volteó, y con una mirada de pocos amigos me invitó a abandonar su minibús.
Cerca de quince minutos había tardado el minibús hasta llegar a “La San Francisco”. Cuantas historias puede conocer uno al viajar en un servicio de transporte publico, cuanta gente que va y viene de la Ceja al centro paceño.
Las manecillas de mi reloj marcaron las 8: 15 am, me detuve un instante para observar la ciudad, el bullicio iba en aumento, mucha gente corriendo con mucho entusiasmo para diferentes direcciones, niños, jóvenes, mujeres, hombres, bolivianas y bolivianos deseosos de emprender una nueva jornada bajo el cálido cielo paceño. Tal vez muchos de ellos sin proponérselo le estaban poniéndole el hombro a Bolivia.
Reemprendí la marcha, estaba cerca de la oficina, a los lejos todavía se escuchaba la vos chillona de Jacinta. de repente desde la ventana del segundo piso retumbo la voz ronca del Dr. Rigoberto Torrez, ¿Raúl, hasta qué hora?, Esboce una sonrisa e ingrese al edificio. Con todo había sido un viaje interesante.
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1 Disco: letrero con número y rutas, que llevan los minibuses en el techo
Por: Raul Catari Yujra