NIÑOS DE LA CALLE
El alcoholismo un problema sin
solución en la ciudad de El Alto.
El reloj marca las seis de la
mañana, el sol refleja sus primeros rayos sobre la ciudad de El Alto, aun se
siente un intenso frío. A medida que pasan los minutos se incrementa el
movimiento de personas y vehículos. Sin embargo, en inmediaciones de la
multifuncional, de la Ceja de El Alto, un grupo de personas apenas
cubiertos con cartones y algunos harapos duermen a la intemperie, son bebedores
consuetudinarios, la mayoría jóvenes, incluso algunos adolescentes; entre ellos
David (nombre ficticio) un muchacho de apenas 17 años que hace 5 años vive en
las calles. Después de la muerte de su madre se quedó con sus tíos. Una pérdida
de dinero fue la razón para que lo echaran a la calle. Quedó solo en el mundo,
en las calles encontró a otras personas con infortunios parecidos al suyo,
ahora ellos son su familia.
David (*), señala que la primera
noche que pasó en la calle fue la más difícil de todas, tenía mucho miedo, sin
un solo centavo en el bolsillo y con el estómago crujiéndole por el hambre. Caminaba sin rumbo, nunca antes había dormido en la calle, bueno, sí, aquella
vez que el dueño de casa los echó a la calle por no pagar los alquileres, pero
eso fue cuando tenía 4 años y él estaba con su mamá.
Con tan solo 12
años no sabía a donde ir, de repente se acordó que su madre siempre hablaba de
un tío Felipe que vivía en el campo y que a veces venía a vender sus productos
a la Ceja, así que fue a buscarlo.
Pregunto a las vendedoras que aún
quedaban pero nadie lo había visto. Las calles se fueron vaciando a medida que
pasaban las horas, busco infructuosamente a su tío, tenía la esperanza de que
Felipe apareciera por algún lugar, pero el tio nunca apareció.
Cerca de las 2 de la mañana
observó que unos tipos le pegaron a un señor que estaba borracho, se llevaron
sus cosas. En aquel entonces David en su inocencia, no sabía porqué lo habian hecho; hoy
cuenta que lo asaltaron. Añade “Tenía tanto sueño que opte por ocultarme debajo de
una de las tarimas de la avenida Tihuanacu, de repente un golpe en mi cabeza
me despertó, pensé que serían los serenos que cuidaban los puestos, pero no
eran ellos, sino tres tipos malolientes y una mujer de muy mal aspecto”. Cuenta
que, uno de ellos lo tomo de los cabellos a tiempo que le propinaba un golpe en
el vientre ¿Qué carajo estás haciendo en nuestro territorio? Hazte pepa
llokalla* de m…, fue lo siguiente que escuchó mientras recibía otro golpe en la
cabeza. No entendía de lo que estaban hablando, ni la razón por la que lo
pegaban… dice que, trató de explicarles que lo habían echado de la casa de sus
tíos porque creían que había robado un dinero. “El Pato, les ha dicho, dejenlo al chico caraj… incluso se quiso sacar la m* con el Ranas, por eso dejaron de pegarme”
añade David.
Se trataba de la Ceci, el Ranas,
el Casimiro y el Pato, bebedores consuetudinarios o los llamados “indigentes”.
Según David, seguramente ellos también creían que había robado el dinero, es
así que lo llevaron a una de las casetas abandonadas de la riel (Avenida Panoramica sobre el borde la la ciudad de La Paz) y ahí lo
rebuscaron hasta debajo de la lengua. Refiere, que el Ranas se puso furioso y
lo obligó a beber aquel apestoso trago que le quemó la garganta. Aunque trató
de huir, el Casimiro y la Ceci lo golpearon nuevamente para que dijera donde
tenía escondido el dinero, lloró de impotencia, quería enfrentarse con esos
sujetos, pero estaba tan cansado que no le quedaba fuerzas, cuenta que de no
ser por el Pato, lo hubieran seguido golpeando. El Pato ha sacado su punta y les ha pegado a los otros, agrega
Desde aquel entonces David vive
en las calles, aquel grupo de indigentes se convirtió en su familia, aunque
dice que nunca mató a nadie, no niega que robó muchas veces para mantener el
vicio del alcohol. “jefe yo no queria llegar a esto, a principio solo tomaba poco cuando me obligaban, despues lustraba zapatos y poco a poco he empezado a tomar y dormir en las calles, y como paraba mareado la gente ya no queria lustrarse conmigo y por eso empece a robar con el Pato, queria olvidarme de todo, a veces recuerdo a mi mamá y quisiera buscar a mi tio Felipe, pero asi como estoy no creo que me reciba, no tengo
esperanza, nadie nos quiere, la gente nos mira mal, a veces quisiera morirme,
pero…” se quiebra. ellos son mi familia, agrega señalando a otros hombres que beben mas alla
Cuenta que el Ranas murió en una
pelea con otro indigente, “el Casimiro murió intoxicado, la Ceci se fue con
otro grupo”, y no puede dejar caer unas lágrimas al recordar a su amigo Pato,
“a mi amigo el Pato, se lo ha llevado la jura (refiriéndose a la policía) está
en la cárcel por qué lo acusaron de matar a una persona, yo sé que no fue el,
pero quien le va creer, la gente nos juzga por nuestro aspecto… pobre mi
amigo”. llora.
Es una de las tantas historias de los miles de
personas que viven en situación de calle.
David es un muchacho de tan solo
17 años, aunque aparenta más de 40. Su fuerte aliento alcohólico, aquel aspecto
andrajoso, una tez quemada por el sol y el frio, las llagas de sus labios, y
esas marcas indelebles en el rostro (secuelas de peleas), generan temor a
primera vista, pero en realidad es solo un ser humano que sobrevive en las
calles. Cuenta que caminan por las calles para no morir de frio, una triste
realidad que estremece.
Es fácil criticar, juzgarlos por
su aspecto, tildarlos de flojos, ladrones maleantes, y otros adjetivos
calificativos, pero si nos detuviéramos a pensar que detrás de ese hombre o
mujer en situación de calle hay una historia por lo general trágica, una vida
que interiormente clama ayuda, tal vez evitaríamos tratarlos con tanto
desprecio.
Son personas, que al igual que
nosotros merecen una oportunidad. No basta con encerrarlos, castigarlos, ellos
necesitan sanar las heridas del alma y como bien sabemos esas son las que más
cuestan sanar.
En Bolivia de acuerdo a un
informe de la CEPAL presentado el año 2012, hasta el 2009 el 22,4 % (2,4
millones) de la población estaba en situación de indigencia. Esta situación si
bien se ha reducido gracias a las políticas sociales del gobierno del
presidente Morales; sin embargo, miles de personas aún viven al margen de la
extrema pobreza, peor aún muchas continúan en las calles, por lo que urgen
políticas estatales de reinserción social, que les permitan a estas personas
una oportunidad en la vida. Pero, no centros que asemejen centros
penitenciarios, sino verdaderos centros de rehabilitación con infraestructura,
equipos y profesionales capacitados que permitan la reinserción social.
David, cuenta que una vez estuvo
en un centro de “rehabilitación en los yungas” pero huyó por el maltrató que
recibía.
En Bolivia, los pocos centros de
reinserción social para personas con problemas de drogas y el alcohol son por
iniciativa privada. El Estado en todos sus niveles muestra una falencia enorme
en el tratamiento de esta problemática, cuando debería ser todo lo contrario
porque el alcoholismo ni duda cabe es uno de los problemas más serios que
confronta nuestro país, sin olvidar que incide en gran manera en la inseguridad
ciudadana.
Esta es simplemente una reflexión
acerca de esta triste realidad.
por: Bosco Catari Yujra.
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Llokalla: voz aymara que significa niño,
jovenzuelo, mozuelo