CUANDO NO TIENES OTRA OPCION QUE TRABAJAR PARA SOBRESALIR
Cuando el deseo de sobrevivencia y superacion es más fuerte que el temor a lo que dirán.
El “aparapita” (trasteador) que
lleva tarimas de un lugar a otro, gente que arma puestos de venta. La señora de
las comidas que ultima el sazón, el lustra que llega para ayudar a la señora de
los batidos, gente que va y viene en pos de ultimar detalles de su negocio. Con
los primeros rayos del sol, la feria callejera más grande de Latinoamérica se
apresta a recibir a sus visitantes.
Enclavada sobre los 4.100 m.s.m.
la zona “16 de Julio” de la ciudad altiplánica de El Alto, cobija a la feria
callejera más grande de Latinoamérica. Escenario de múltiples transacciones, que pueden
ir desde lo más sencillo, como la compra
de un dulce, hasta la transacción de vehículos último modelo.
En ese ir y venir de los mercaderes y
consumidores, surgen las niñas y niños
trabajadores que buscan, no el sustento diario, sino el sustento semanal. Y es
que muchos menores aprovechan la feria dominical para generar recursos para
satisfacer sus requerimientos más apremiantes. Niñas y niños que deben ayudar a
sus padres o a terceros en el comercio, o en su caso trabajar por cuenta
propia, para lograr unos pocos ingresos.
Aunque, el Código Niña, Niño y
Adolescente de Bolivia, en su artículo 129,
fija que la edad mínima para trabajar es a los 14 años, y
excepcionalmente a partir de los 12 años con autorización de la defensoría de
la niñez y adolescencia y 10 años para aquellos que trabajen por cuenta propia,
sin embargo en los hechos parece que
dicha norma solo queda como otro mero enunciado.
La norma, además dice, que los menores pueden trabajar en
actividades laborales que no menoscaben su derecho a la educación, no sea
peligrosa, insalubre, atentatoria a su dignidad y desarrollo integral, o no se
encuentre expresamente prohibido por la Ley, complementa que está prohibida la explotación laboral,
que los menores que trabajan gozan de la protección del Estado.
Pero, como decirle a ese pequeño
de siete años que lustra calzados, o esa pequeña que vende bolsas de nylon, que no deben
trabajar… Prohibirles trabajar sería
tanto como prohibirles comer. Los menores trabajadores son testigos mudos de la
intolerancia e indiferencia de una sociedad cada vez más individualista. ¿Dónde están los inspectores de trabajo para
hacer valer los derechos de los niños? Ah, que ingenuo soy, me acuerdo que
ellos solo trabajan en horarios de oficina.
Para José, niño que lustra
zapatos cerca de la plaza Libertad, la necesidad y el deseo de ser alguin en la vida es más fuerte que el temor a
las mofas de algunos de sus compañeros de escuela. «¡¡No me tengan lastima,
no estoy pidiendo caridad, estoy
trabajando y como tal exijo que se me respete!!» Afirma el chico, que hace rato
dejó de lado la vergüenza y el temor. ¿Vergüenza
por qué? Vergüenza sería robar, engañar, comer de gratis. Me corrige. Su aplomo y seguridad en las
respuestas distan bastante de esa imagen maltrecha que muestra. Él como tantos
otros miles de niños y niñas se ven obligados a trabajar en las calles por la necesidad de tener su
sustento.
«Debo ayudar a may (refiriéndose a su madre) que está en el hospital,
le lustro joven…» me dice con una melancolía apabullante, acepto y continua
nuestra platica… mientras sus frágiles manos cumplen su labor casi a la
perfección, prosigue «¡¡Dicen que estamos en bonanza, pero a mí de esa torta no
me invitaron jajaja lindo seria que a mí me den mi doble aguinaldo!!» Sonríe
irónicamente el muchacho. No puedo dejar de sentir impotencia por esos
niños que obligados por la necesidad se convierten en adultos tempranamente.
Como él, cientos de personas
entre adultos, jóvenes y menores de edad se dan cita semanalmente en la feria 16 de Julio, antaño casi única en
su género, hoy replicada en diferentes varios de la ciudad, lo cual es muestra
de la informalidad laboral de una buena parte de la población de la ciudad de
El Alto.
por: Bosco Catari Yujra